Los vinos blancos degustados estaban elaborados con uvas de Garnacha Blanca (D.O. Monsant), Godello de Valdeorras y Grecanico de la isla italiana de Sicilia. Una pena que el vino gallego no estaba en su mejor momento, o a lo peor es así de «ordinario». Nada que destacar, salvo su poco interés, por lo que apenas alcanzó la calificación de BUENO, con 76 puntos. El vino catalán, bien presentado con limpidez y un bonito color amarillo pálido. En nariz frutas blancas y recuerdos de madera, suaves e integrados en el vino. En nariz repetición de lo mismo. Fácil de beber y con buen paso y cierre de boca. El vino italiano elaborado con la uva Grecanico, en Marsala, comarca de Sicilia muy celebrada en su día por sus famosos vinos dulces, pero que al paso del tiempo decayó en su calidad por algunas adulteraciones que se cargaron el vino. El blanco que comentamos también está bien presentado, con toques minerales (¿influyen las tierras volcánicas?) y notas de frutas blancas. No es un vino de carácter, pero ligero y fácil de beber en épocas en que aparezca el calor. MUY BUENO, con 85 puntos.
De seguido se degustó un vino de 1989, de la D.O. Rioja (aún no disponía de la «calificada», obtenida en abril de 1991). Procedente de Bodegas Palacio de Laguardia, elaborado como Crianza, y almacenada en buenas condiciones de guarda. La razón era comprobar el paso del tiempo por estos vinos, anteriores a los que luego se llamaron de «alta expresión», aunque este entraba en la gama de vinos sencillos, simplemente comerciales. No se calificó, pero se dio por bueno, dedicando especial atención al buen estado de conservación, pues aún conservaba el color picota, con bordes evolucionados hacia el marrón, con capa de intensidad media. En nariz y en boca apreciables los tonos frutales, con poca madera como era lo habitual en la época de su elaboración; pero buen conjunto para beber el vino. Y ha pasado sobre él casi un cuarto de siglo.
La serie de los tintos estaba formada por Tempranillo (Rioja), Tinto Fino (Ribera del D.), St. Laurent (Pfalz) y Garnacha del Campo de Borja.
Buen juego con los dos primeros (el riojano era Reserva), tomados con mucho gusto y localizados muy pronto por los catadores, habida cuenta que los vinos se catan con botellas tapadas. Desarrollados en nariz, en especial el Viña Albina, con tonos de frutas rojas y compota, madera integrada y gustosa, taninos bien tratados, y con buena intensidad aromática, en particular el citado. Ambos vinos se calificaron como NOTABLES, con 89 puntos en ambos.
Aunque no se conocía en el grupo, el vino de la variedad tinta alemana St. Laurent gustó tanto «a solas», como con la gastronomía servida en la serie. ¡Qué bueno poder descubrir vinos diferentes y disfrutar con ellos! Se calificó también con NOTABLE, a solo un punto de los anteriores.
El «triunfador» de la serie fue el vino de Garnacha procedente de Campo de Borja, de las laderas del Moncayo, y que tan buenos resultados están dando desde hace ya algún tiempo. Bien presentado, olores finos en nariz, expresando los de la variedad, a los que se añade el roble bien integrado, taninos ligeramente dulces, bien elaborados, sin aquellas asperezas de tiempos pasados y con intensidad aromática tanto en nariz como en boca. En boca se aprecian notas de pastelería, afinado, complejo, etc. De recomendar este y otros de la zona, que merecen la pena. Calific.: EXCELENTE con 91 puntos.
El Moscato d’Asti es un vino de poco recorrido, aunque si se toma en el momento adecuado puede resultar interesante. Cada vez es más difícil encontrar alguno que merezca la pena, pues los italianos acostumbran a fabricar y vender lo que demanda el mercado, sin preocuparles la calidad o el nombre.
Por fortuna el CASARITO de la cata ha resultado ser un vino refrescante y grato de tomar en su dulzor, acompañando a unos dulces de bizcocho y hojaldre. Calific.: NOTABLE, con 90 puntos.
DATOS DE LOS VINOS DE LA CATA: >¡CLICK!> G-IV. Cata Febrero 2014