Durante la Edad Media la vida del hombre se encontraba, ineludiblemente, unida a su fe y a la voluntad divina, y las actividades humanas estaban igualmente ligadas a la participación, y sobre todo, a la decisión de Dios. Por ello no es de extrañar que ante determinadas circunstancias adversas los viticultores se encomendaran al cielo para salvar su viña, su cosecha o sus vinos. Este recurso no solo se utilizó contra las invasiones de tipo atmosférico, sino también contra las plagas de origen biológico, fueran de origen vegetal, animal, etc.. Durante el período estudiado se generalizaron diversos tipos de ritos para salvar los cultivos de los numerosos enemigos que acechaban.
La historia se inicia con la llegada a Navarra y Burgos, parece que por cuestiones de organización eclesiástica de España, de san Gregorio Ostiario para determinar los límites de las diócesis que era origen y fuente de numerosos conflictos y no sólo por interferencias de jurisdicción episcopal, sino también por la pertenencia a distintos soberanos. Se cuenta que en cierta ocasión libró el santo los campos riojanos de una plaga de insectos, y por eso le invocan los agricultores de manera especial contra la langosta. Murió alrededor del año 1044 y su cuerpo se venera en la iglesia de San Gregorio, en Sorlada, no lejos de Estella. A su muerta surgió la costumbre de “bendecir” los campos con agua pasada por la reliquia del santo, en forma de cabeza, en la que existe un orificio que la atraviesa y por el que se hacía pasar el agua “milagrosa”.
Documentos de pasados describen los medios usados para luchar contra los males atmosféricos y las plagas del campo. En los libros de cuentas de la Cofradía de los Herederos Propietarios, de la Villa de Bilbao, que gobernó vinos y chacolines en ella durante varios siglos, recogen pagos a los campaneros de las iglesias que entonces existían en la Villa, y como ejemplo valga el siguiente: “Manuel de Umaran, campanero de la Iglesia del señor San Nicolás recibe quince reales de vellón por tocar la campana a nube.” E igualmente hay testimonio de la traída de agua desde Navarra, como lo prueba un recibo: “En la Iglesia del Señor San Gregorio Ostiense, del Valle de Verrueza, Diócesis de Pamplona del Reyno de Navarra, a treinta días del mes de Abril del año de mil setecientos, y cinquenta y tres yo Don Joseph Yaniz, Capellán de la dicha Iglesia, di el agua pasada por las Reliquias de este Glorioso Santo a Francisco de Meñaca vecino del Lugar de Cuetto. Dio limosna para la fábrica quatro reales de vellón y para Misa otros quatro reales de vellón…”
La lucha contra las plagas del campo
Los llamados saludadores fueron utilizados durante los siglos XVI y XVII, en toda Bizkaia, pero quien mejor los describe es Don Martín de los Heros, autor de una interesante «Historia de Balmaseda», que los tacha de embaucadores, aunque por la descripción que de ellos hace, es verdad que eran los propios Concejos los que a través de contratos y ajustes, les hacían venir de otros lugares, contándose entre los más afamados falsarios, a Juan Llorente, en 1529, al que siguieron otros muchos llamados para que preservasen las viñas del gujano.
El conjurador de nubes, fue un “oficio” del que se tiene noticia en Bilbao desde mediados del siglo XVI, ejercido por clérigo, presbítero o capellán de los de la Villa. En el año de 1566 el conjuro lo realiza don Pero, abad de Guriezo, y en 1587 don Baltasar de Usaola, cura de los Santos Juanes, a quien se le pagaron 10 ducados por realizar el conjuro durante el año. El cometido consistía en bendecir campos y nubes, rogando a Dios que salvara los frutos de la tierra de los malos tiempos atmosféricos, incluidos los turbones.
En 1700 la encomienda es para los presbíteros don Antonio de Mendieta y don Manuel Ybatao, y la soldada es de 300 reales. En 1780 es don Juan Bentura de Amorebieta el conjurador de nubes, y al comenzar el siglo XIX don Juan Francisco de Loredo y Olaeta. El encargo de exorcizar las nubes y salvar a los frutos y plantas del mal tiempo, se hizo siempre por encargo del Concejo de la Villa, que también sufragaba los gastos del “oficio”.
Los regidores bilbaínos también acudieron al campaneo para remediar los males del campo, y entre los toques que a diario se hacían -alba, mediodía y queda, así como ángelus y ánimas-, se daban toques de turbón o tempestad en el verano.
Y aún podría añadir los conjuros usados contra seres más corpóreos que los demonios o las ocultas brujas: insectos, cocos y gusanillos destruyeron en más de una ocasión las viñas y se combatieron con rogativas y deprecaciones, amén de los conjuros, cuyo “tratamiento” alcanzaba a durar semanas y aún meses, ejecutados por varios clérigos y beneficiados, retribuidos y mantenidos por los ayuntamientos, mientras duraba el proceso de exterminio de los parásitos.
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