La reconversión varietal está hecha y tiene productos de reconocida calidad internacional, pero padece los avatares de la macroeconomía. Apuesta a otras reglas de juego.
Debiera ser tiempo de cosecha y crecimiento para la vitivinicultura nacional, para ello se apostó fuerte en la última década. Sin embargo el panorama es bastante distinto a lo planificado y sólo se aprecian caras largas y velados reclamos entre los distintos actores de la actividad.
Hoy el sector vitivinícola argentino hace agua por todos los frentes producto de las condiciones imperantes en la macroeconomía, las que lo fueron acorralando hasta restarle toda posibilidad de rentabilidad y expansión.
Esta actividad productiva lleva más de una década de profundo recambio en el campo y en su infraestructura bodeguera, con inversiones de magnitud para modernizarse en todo sentido, pero en la actualidad se encuentra privada de desarrollar todo su potencial, al igual que ocurre con la mayoría de las economías regionales del país.
Una de las apuestas realizadas por el sector fue una impresionante reconversión de varietales. Entre el año 1990 y el 2015 la vitivinicultura argentina arrancó 66.670 hectáreas implantadas con variedades de poco valor para el mercado y para los desafíos que planteaba un nuevo consumidor de vinos a nivel mundial, que comenzaba a perfilarse como más selectivo y dispuesto a pagar más por productos de calidad.
De acuerdo con el último informe sectorial elaborado por la División Vinos del Banco Supervielle, la variedad que más sufrió la embestida renovadora fue la Criolla Grande, de la que se extrajeron 20.560 hectáreas en el país.
En orden de importancia le siguieron la Cereza (-13.494 hectáreas); Pedro Giménez (-9.037 hectáreas) y Moscatel Rosada (-8.586 hectáreas).
En el mismo período se apostó a variedades vitícolas de mayor presencia y demanda entre los consumidores. Es así que se plantaron 77.760 hectáreas de nuevos varietales, en su mayoría uvas tintas y ya con una fuerte apuesta por el Malbec, que en estas tierras encontró el ambiente ideal para un desarrollo diferenciado del que logró en el resto del mundo.
Esta variedad emblema de la vitivinicultura argentina creció en 28.847 hectáreas en los últimos quince años y fue acompañada por el Cabernet Sauvignon (+13.390 hectáreas), el Syrah (12.314 hectáreas) y Bonarda (+7.179 hectáreas).
La variedad Malbec, dice el informe del Supervielle, fue la impulsora de este cambio profundo en el sector ya que en el 2011 pasó a liderar la superficie plantada en Argentina, con 39.000 hectáreas, luego de haber pasado por un fuerte proceso de erradicación en la década del 80 por las bajas cotizaciones que tenía esta uva para vinificar.
Luego del Malbec, la mayor expansión como se indicó fue para el Cabernet Sauvignon, anteriormente considerada la cepa más atractiva a la hora de decidir inversiones en materia vitivinícola.
El avance del Syrah se asentó básicamente en dos cuestiones principales. La primera de ellas fue el auge de este varietal en los mercados mundiales, de la mano del éxito exportador australiano, y la segunda era la posibilidad de tener diferimientos impositivos, especialmente en la provincia de San Juan, donde este varietal se adaptó muy bien.
Por último, la variedad Bonarda, que supo tener largas épocas de desprestigio ya que estaba relacionada con la elaboración de productos de baja calidad y poca aceptación en el mercado, recuperó su esplendor y se posicionó en lugares de privilegio nuevamente debido a su adaptación para cortes de vinos, especialmente con Malbec, y sus elevados rendimientos en ciertas regiones productivas.
Cambios en el mapa vitivinícola
El cambio del tipo de uvas que experimentó la Argentina coexistió con otro de gran magnitud que fue la tecnología de riego, que expandió la superficie en zonas agroecológicas muy aptas donde no era posible la irrigación tradicional. Así la vitivinicultura argentina comenzó a «mudarse» a zonas de altura o regiones donde la amplitud térmica y los suelos permitieron el desarrollo de variedades que expresaron mayor calidad en uvas demandadas en los mercados internacionales.
Las tres provincias de mayor expansión de superficie entre el 2001 y el 2013 fueron Mendoza, Neuquén y Salta.
En el caso de Neuquén, la más nueva de las regiones vitícolas del país, se expandió de la mano de inversiones privadas con apoyo financiero promocional del Estado y gracias a condiciones agroecológicas diferenciales por la latitud, la exposición al sol y la presencia de vientos durante el año.
Aquí adquirió fundamental importancia la producción de varietales tintos como el Malbec, que logró una especial adaptación y diferenciación. También es notable la plantación e impulso que tiene el Pinot Noir para la producción de vinos tranquilos. Gran parte de la expansión de este varietal se dio en esta región.
El precio de las uvas para vinificar
Con muy bajo porcentaje de operaciones de compra-venta de uva registradas hasta el momento en la actual temporada, se puede observar claramente una tendencia de los precios de la uva en la temporada 2015. Nominalmente para el promedio global se observa un 35% de disminución, aunque esta caída está muy influenciada por las uvas rosadas. En el caso de las variedades tintas, los precios de esta temporada se ubican un 2% por debajo y las blancas un 11%. Corregidos los valores nominales por inflación, la caída total se ubica en el 36%. Se trata de uno de los peores registros de precios en los últimos quince años.
Como indicó «Río Negro Rural» en su edición del 11 de julio pasado, los pequeños y medianos productores vitivinícolas regionales no escaparon a las generales de la ley y padecieron en carne propia el desajuste y atraso que hay en los precios para la uva.
Según dijeron, en el mejor de los casos obtuvieron 3,50 pesos por cada kilo de uva Malbec entregado, siendo este un producto de calidad premium surgido de viñedos de alrededor de 70 años de edad. Los valores que recibieron los productores locales fueron similares a los obtenidos el año pasado e incluso en temporadas anteriores.
En un escenario inflacionario se hace evidente la pérdida de rentabilidad o, peor aun, se produce a costos superiores a los retornos obtenidos, una ecuación que atenta contra el desarrollo de la actividad.
Como se puede apreciar en los cuadros adjuntos, el precio promedio para las uvas tintas obtenido este año fue de 341 pesos por quintal, es decir 3,41 pesos por kilo. En términos nominales, este valor fue superior solamente al alcanzado en la temporada 2002, que fue de 3,20 pesos por kilo. Pero, deflactado por inflación, se obtiene un valor real de venta de 78 centavos por kilo este año contra los 6,80 pesos por kilo obtenidos en el 2009. Es decir que en las últimas seis temporadas el precio promedio pagado por el kilo de uva tinta al productor se desmoronó un 88%.
Algo similar ocurrió para las uvas blancas, que en el 2009 se pagaron 4,5 pesos el kilo y el valor real promedio obtenido este año fue de 46 centavos.
Desde el 2010, la cotización promedio del total de uvas para vinificar ha caído consecutivamente y la falta de rentabilidad promedio de la producción de uvas es generalizada, ya sea que se trate de uvas para vinos básicos de bajo precio o para varietales de media y alta gama, sostiene el trabajo del Supervielle.
Esta situación influye negativamente tanto en el precio actual de las propiedades como así también en la tasa de inversión. Un efecto no deseado y de gran impacto en la competitividad de los próximos años será la baja inversión en mantenimiento y la consecuente pérdida de calidad de las uvas, que pueden afectar el abastecimiento de vinos en calidades demandadas y dinámicas como son las categorías premium.
Tendencias de consumo
La actividad vitivinícola no sólo tuvo que lidiar con las pobres condiciones que le ofrecía la macroeconomía a nivel local, sino también con un fuerte cambio en las tendencias de consumo de la población. Pese a que en la Argentina se bebe más alcohol, el vino es uno de los productos que perdió más terreno.
Es por ello que ahora se busca captar consumo joven apuntando a las preferencias que tiene este segmento sobre lo que bebe, fundamentalmente productos con menos alcohol y con mayor grado de dulzor (ver recuadro).
Las disposiciones que se han tomado en la materia buscan sacarle clientes a la cerveza, cuyo consumo creció casi 40% en la última década y llegó a 44,5 litros por habitante al año.
El consumo de vino actual se ubica en 23,7 litros por habitante al año, mientras que la bebida que se viene posicionando fuerte es el fernet. Sólo en los últimos dos años su consumo aumentó un 30% y ya es la bebida preferida de al menos un cuarto de la población argentina, unos 10 millones de consumidores.
FUENTE: RioNegro.com.ar. 20 agosto 2015
Read Full Post »