El confinamiento forzado trastocó nuestras vidas. Uno de los cambios ha sido la profusión de experiencias digitales sobre el vino. Nuestros móviles se han llenado de fotos de botellas y copas, de anuncios y mensajes, bulos y chistes.
Han conseguido que me guste el vino un poco menos que antes, la verdad. No me estimula ver la foto de una botella de vino. Me sorprende que algunas gentes abran sus mejores vinos en la doble soledad de las redes (estar solo, y sin la compañía de tu intimidad). Me recuerdan una escena de Entre copas (2004), cuando el protagonista, abrumado por su soledad, abre su idolatrada botella de Cheval-Blanc 1947 en un fast-food, para servirse en un vaso de poliuretano. Al menos no le importaba cuántos corazoncitos le daban. El mejor vino se hace grande cuando se comparte, creo.
También salió la moda de las catas virtuales. Buuuf. Me apasiona catar con gentes, discutir los vinos. Me siento a gusto removiendo el vino en la boca y escupiéndolo. Pero lo que me parece bello en la vida real adquiere una connotación un poco inmunda en lo virtual. Eso de ver a la gente haciendo uuummmm gggraaghh y luego hablando con los ojos con chiribitas y la lengua aún azul… como que me da grima. Puede ser que lo virtual elimine el lenguaje del cuerpo e impida el compartir ese aire ahora tan peligroso, que le dan otra dimensión a la cata de tocar.
Hay un tipo de cata en soledad que me permito recomendar encarecidamente. Es catar vinos nuevos, para compartir algún día los mejores con esos familiares y amigos que ahora solo tienen dos dimensiones. En lugar de comprar lo de siempre, es dedicar nuestra soledad al ejercicio gozoso de desarrollar nuestro gusto probando vinos genuinos y desconocidos, los de regiones y gentes que apenas empiezan, los de gustos alternativos. Gozarnos en el gustar sin referencias, para crear las nuestras.
España es país infinito, podemos dedicar la soledad a explorarlo, que los del comercio electrónico tienen de todo. Probemos las malvasías secas de La Palma, los tintos de Arribes del Duero, la carrasquín de Cangas, las cariñenas de Cariñena, que las hay, y también las del Empordà; la albillo del Arlanza, los montillas más extraños, el perfume de Mallorca en Binissalem, la frescura de las Rías Altas en Betanzos, los vinos de León y de Uclés, los valdejalones y valtiendas. Hagámonos autodidactas con el vino natural, y también con los rosados, que de vino ya se sabe con explicar por qué te gusta.
No son vinos caros ni de 95 puntos. Y qué más nos da, si estamos solos. Pero si nos gustan serán vinos nuestros, y los compartiremos con alegría. Aprovechemos la soledad para salir de lo trillado para, cuando vuelvan las compañías, ofrecerles algo nuevo de nosotros, para que este cambio obligado deje cosas positivas.
Lo mejor de lo virtual me parecen las muchas clases y charlas, sobre todo las que tienen contenido y te hacen aprender. No me da tiempo a ver todas las que quisiera, espero que no las borren cuando se acabe el virus.
FUENTE: PEDRO BALLESTEROS
25 DE JULIO DE 2020