Chiquiteo: Recorrido de tabernas, tascas, bares o colmado para beber “chiquitos” o pequeños vasos de vino, por el Norte; chatear o cañear, en el resto de España.
Hace poco veía distraidamente en casa un programa de TV, de los llamados magazines, en el que se hablaba y visionaba de multitud de temas, intrascendentes y prescidibles la mayor parte de ellos. De pronto, entre tanto «chau-chau» aparecen dos personajes, de los que lamento no saber nombre ni ocupación, pues el asunto me cogió desprevenido, asegurando haber recuperado los viejos vasos de gordo culo, y de paredes muy gruesas, en los que antiguamente servían los vinos en bares y tabernas del País Vasco, en la ronda del «chiquiteo».
Habían aligerado pesos y dimensiones, y pretendían ponerlo en uso, en especial en los llamados bares de «txikiteo» de los cascos antiguos de Bilbao, Donosti y Vitoria-Gazteiz. Una de las funciones que se les asignaba a la nueva generación de los vasos de «culo gordo», era para el servicio del txakolí, cuya producción aumenta con cada cosecha, y se encuentra en variedad, cantidad y calidad en establecimientos de bebidas, restaurantes, etc.
Quedé sorprendido por la aseveración de que el popular chacolí-txakolí de pasados tiempos se servía en aquellos vasos, tanto como lo estaría cualquier gallego que leyera u oyera que los vinos de antaño, en Galicia, se los bebían, en bares o romerías, en vasos de cristal, ignorando que «hasta ayer» se hacía en taciñas de diversos formatos y elaboraciones, pero casi siempre de loza blanca.
Sirva la disquisición precendente para dar entrada a un breve artículo de mi propia elaboración, publicado tiempo atrás, y que copio extractado para no alargarme. En el deseo mostrar que si en alguna ocasión hubo recipiente especial para el consumo del trakolí, el tal nació en Bilbao por accidente , se extendió por el territorio, y terminó el uso cuando las existencias se agotaron.
El Chiquito o Txikito. tuvo correspondencia con una auténtica medida de vino, usada en Bizkaia y Gipuzkoa, equivalente a la cuarta parte de un cuartillo, que tenía 4 copas o chiquitos, llamados también «jarrillos». En Navarra tenía arraigo la pinta equivalente a 0,753 litros, en tanto que el chiquito tenía 0,63 litros de capacidad; lo que hace suponer que no serían muchos los chiquitos que cada bebedor podría llevarse al coleto.
Y para mejor ilustar el uso de vasos para el txakolí, cuya historia y circunstancias ya conocía por alguna otra vía, tomaré para esta ocasión el relato publicado en su día por K-Toño Frade Villar, en el periódico «BILBAO» , que edita el Ayuntamiento de la Villa.
Cuenta el citado que con ocasión de la visita que hiciera al Botxo la Regenta María Cristina, segunda esposa de Alfonso XII, a finales del siglo XIX, se organizaron fastuosas fiestas, nunca antes contempladas por los bilbaínos. Entre los llamativos festejos, se decidió anegar la Plaza Nueva, y convertirla en una pequeña Venecia, góndolas incluidas. Se adornó con guirnaldas y luminarias, colocadas en abundante número de lamparilleros situados en las columnas de la plaza, logrando con tal ornato un toque mágico y singular.
Finalizada la visita regia, y desmontados los adornos, se alojaron en el almacén municipal de La Peña, sin previsión de uso futuro. Mas la inventiva popular les dio pronto destino, y algunos empleados municipales, dieron en utilizar los lamparilleros como vasos, con tal aceptación que se asumió el modelo. Las dimensiones del “vaso” eran de 6 centímetros en la boca, 4,5 en la base, y 10 de altura, lo que venía a dar una capacidad algo inferior al cuarto de litro, lejos por tanto de la capacidad «legal» del auténtico chiquito.
José de Orueta también hace referencia en uno de sus relatos costumbristas –El Chacolí de Isidro-, al vaso “txakolinero”, en términos que coinciden, más o menos, con lo anterior: “La mesa, puesta debajo de la parra y junto a la campa, con sillas rústicas y seranes para sentarse. En uno de los extremos el jarro, rodeado de vasos forales, y que, por cierto, tenían de forales lo que nosotros de polacos, pues procedían de un saldo que quedó a un tendero, después de una iluminación famosa con lamparillas de aceite, y que los despachó luego a los aldeanos para el chacolí.”
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