ROSIGO en esta segunda entrega la mención de algunas historias relacionadas con el vino, situadas, en principio, en nuestro hábitat más cercano, tan rico en la documentación que tiene y tuvo que ver con la producción «del vino de la tierra«, y que por fortuna se guarda en varios archivos de diferentes contenidos. No pretendo hacer una «historia del vino», sino recoger algunas anécdotas que con ella se relacionan, y que permiten vislumbrar cuando menos, la antigüedad de vinos propios e «importados» en nuestro Territorio, la realidad de un comercio muy importante, y otros detalles de no menor importancia.
De los siglos XII y XIII hay documentación del comercio de los vinos, que llegaba entonces de Galicia y Portugal, para adquirir, pasado el tiempo los de Nantes, Burdeos, Andalucía, Levante, Canarias, etc., sin olvidar los que llegaban desde el interior, como Valladolid, San Martín de Valdeiglesias, Cebreros, y otro buen número de lugares de origen. Los vinos de Rioja no llegarían en cantidad apreciable hasta el siglo XVI.
Haciendo un breve repaso de las actas de las Juntas Generales, hallamos algunas cuestiones que sin duda tenían importancia para quienes poblaban entonces Vizcaya.
En 1569 se dispuso, para evitar el excesivo número de tabernas, que no pudiese haber más que dos en cada Anteiglesia, a excepción de Arrigorriaga, donde podía haber seis, y en Baracaldo y Amorebieta, cuatro, sin que se aclaren las causas de estas excepciones a la norma general.
A saber lo que decretaría en la actualidad el Gobierno Foral del Señorío cuando las tabernas, bares, cafeterías y similares se cuentan por millares. Y también acordaron en aquel año que ningún fiel, así llamado en la época al regidor municipal,» tenga taberna ni sea tabernero, so pena de 600 maravedís». ¿En previsión de que cometieran fraudes? Uno piensa que sí.
Parece que la restricción de tabernas no causó mayores efectos, por lo que en 1572, apenas tres años más tarde «por haber muchas tabernas en las anteiglesias se acordó que donde no hubiera más de 60 vecinos, no hubiese más que una taberna de vinos; y donde hubiere más de 60, hubiera dos tabernas, excepto las anteiglesias de Abando, Deusto y Begoña, que el señor Corregidor pondría orden. Donde no hubiera taberna, no puedan ser compelidos a tenerlas. En las anteiglesias con caminos reales de recua desde los puertos de Castilla, si quieren habrá más, pero solo las necesarias».
Volviendo la vista atrás, en 1569 se ordenó que «hubiese en las posadas y tabernas, buena provisión de camas y mantenimientos, afinen las medidas y tengan tabla de arancel.» Afinar las medidas tenía que ver con mantenerlas en buen estado y ajustadas en las taras y medidas que guardaba la autoridad foral. El arancel era la «lista de precios». Como se puede imaginar el lector, la picaresca hacía de las suyas y cada cual trataba de aplicar sus propias normas. Por lo que no ha de extrañar que en 1574 «se nombraran dos afinadores de pesos y medidas para las tabernas, mesones, abacerías y carnicerías, uno en Bilbao -Juan de Pontaza- y otro en Geurnica -Cristóbal de Acurio-, y que todas las medidas que han de usar en la Tierra Llana se hagan y afinen con cualquiera de los patrones.» En 1576 se ordena desde las Juntas Generales: «Que los Fieles reconozcan los pesos y medidas todos los meses«.
En 1572 se había prohibido vender en el Señorío vino de Ribadavia, ni de Andalucía, ni de Galicia, ni de otra parte que entrare por la mar, so pena de 50.000 maravedís. Corrían tiempos complicados para la economía y había que evitar «gastar» en vino parte de los ingresos que se obtenían con la venta de minerales, hierros, anclas, armas, clavos y otros derivados metálicos. La Corona exigía buques, armas, marineros, infantes, etc., para las guerras con otras monarquías de Europa, y Vizcaya no contaba con ingresos por la vía de impuestos, salvo los que ingresaba por los bastimentos y los resultantes de los repartimientos.
A pesar de los cual y por haber entrado mucha cantidad de vinos de Ribadavia, acordaron en el Regimiento de la Tierra Llana que no se vendiese a más de treinta maravedís la azumbre.
Y aquí lo dejo, hasta una nueva entrega.