Uno de los artífices de esa nueva Rioja que se gesta a finales de los 80 y principios de los 90, cuyos vinos están fijos en el podio de los mejores de España. Miguel Ángel de Gregorio nació en Ciudad Real, pero llegó a Rioja con nueve meses cuando su padre empezó a trabajar en Marqués de Murrieta. “Tuve la suerte de criarme en una bodega que en aquel momento era el paradigma del mimo y el respeto a la tradición”, recuerda. En 1986, ya formado como enólogo, realizó un estudio sobre la vendimia mecánica en Briones y se enamoró del terruño de este municipio situado en la margen derecha del Ebro. Muy pronto, empezaría a mover los cimientos de Rioja desde la dirección de Bodegas Bretón, donde lanzó Dominio de Conté, su primera exploración de lo que debería ser un gran rioja. En 1995 ya vuela en solitario y elabora su primer Allende en una bodega tradicional de cosechero en Briones.
Fue uno de los enfants terribles de Rioja. ¿Se encuentra todavía a gusto con el calificativo? Ahora soy más bien el ancient terrible (risas). La verdad es que siento que nada ha cambiado en estos 25 años y sigo defendiendo los mismos postulados que me dieron ese calificativo. En este tiempo todos hemos aprendido a hacer mejores vinos, pero en lo que se refiere al establishment, creo en la famosa frase de la novela de Lampedusa de que “todo tiene que cambiar para que todo siga igual”.
¿Cuáles fueron los pilares de la revolución riojana de los años 90? Lo primero que tendríamos que preguntarnos es si fue revolución o algarada. Si uno analiza lo que ocurría entonces, las bases de aquel movimiento fueron el retorno al viñedo, a nuestras variedades y a formas de cultivo tradicionales; además de quitarnos el complejo de los vinos que habíamos probado fuera. A 25 años vista, hemos avanzado mucho en hacer buenos vinos, pero la corriente de fijarse en el terruño y explorar el viñedo sigue siendo minoritaria. Ha costado muchos años que haya una nueva generación, que también es minoritaria, que tome el relevo y quizás eso nos ha obligado a ser creativos durante todo este tiempo. En Rioja y en España el 98% del mercado sigue controlado por los grandes volúmenes y por los vinos de relación calidad-precio, con la suerte de que estos últimos también han mejorado su calidad. Pero se siguen encontrando muy pocos vinos mágicos.
¿Está superada la dualidad de los riojas clásicos y modernos? Creo que nunca existió esa dualidad. La alta expresión, el vino de autor, etcétera, fueron apellidos que se pusieron desde las administraciones por ese empeño en clasificarlo y reglamentarlo todo, pero hemos probado riojas de los años 40 y 50 que no eran muy diferentes a los que hacíamos nosotros. La gran dicotomía está entre los vinos procedentes de la enología industrial trabajados en bodega y los vinos que vienen del campo en los que intentamos reflejar la esencia de la tierra.
¿Puede definir lo que es un gran Rioja? No (pausa). Rioja es una de las mejores zonas vitícolas del mundo. Creo que la mejor de este país: reúne un clima privilegiado, una variedad increíble de suelos y variedades autóctonas. Tiene una tradición, milenaria primero y centenaria después, en el cultivo de la viña y la elaboración de vinos que existe en muy pocas regiones del mundo. Ha vivido un éxito sin precedentes del que, en cierto modo, hemos sido esclavos ya que es enormemente complicado romper el molde que establecieron los négociants franceses en el siglo XIX de unos señores que cultivan la uva y otros que hacen el vino. Esto ha llevado a que se acabe ignorando el campo y a crear un modelo que segmenta los vinos por tiempos de envejecimiento. En este contexto da igual que un productor honesto y cuidadoso mime sus viñas, sus barricas y sus métodos de elaboración o que un pillo no los mime tanto porque al final el supuesto marchamo de calidad que se traduce en crianza, reserva y gran reserva en realidad no indica calidad, sino tiempo de permanencia en barrica. Es un modelo en el que resulta fácil esconder la mediocridad bajo un paraguas que unos productores prestigian y otros explotan. Pero tanto los vinos finos de Haro, como los más estructurados que firman pequeños productores, son grandes riojas y ahí reside la grandeza de la región.
Si tuviera poder para decidir, ¿cuál sería su propuesta de ordenación en Rioja? Yo creo que Rioja no necesita ninguna ordenación. Creo que los vinos de municipio sí pueden ser regulables, pero es mucho más difícil ordenar los vinos de finca. Las propuestas que he escuchado me han parecido intentos maquiavélicos de poner vallas al campo. Soy partidario de la libertad absoluta y de que cada productor sea responsable de sus actos, porque quien va a valorar la credibilidad de un vino de finca o de pago es el mercado y no una mayor o menor regulación. Algo que la historia ha regulado en Borgoña y Burdeos durante 200 años no podemos establecerlo aquí por decreto ley en un momento. Esto solo servirá para encubrir mediocres vinos de finca de grandes compañías que fracasan en el mercado.
Si en Francia se viene de una tradición de viticultura no industrial y se identifica el vino con el terroir y el municipio, en España identificamos el vino con un proceso de bodega. Pasar de un modelo a otro de la noche a la mañana es imposible y comunicarlo al consumidor también, porque no lee y estamos en unas cifras de consumo ridículas.
¿Se ha planteado Miguel Ángel de Gregorio abandonar la D.O.Ca. Rioja? No. Creo en Rioja, creo en la denominación, en los vinos de municipio y en la fijación de un vino a un territorio que es lo que le da la singularidad, pero si las furias normativas hunden los vinos singulares en un mar de mediocridad tendremos que buscar el camino fuera de los órganos de gobierno de los consejos reguladores. Hoy el consejo regulador está controlado por grandes compañías que mueven millones de litros y las grandes decisiones no se toman en Rioja sino en Londres, París o Valdepe-ñas. Si no somos capaces de crear un marco en el que todos estemos cómodos, habrá gente que tenga que salir. Espero que impere la sensatez porque el problema de España es un problema de comunicación y no normativo.
En Finca Nueva, su segundo proyecto, elabora 1,5 millones de botellas. ¿Es necesario tener una retaguardia de volumen para cubrir las espaldas de los vinos de terruño?
Una cosa es entrar en las líneas blancas y de distribución con producciones de 25 millones de botellas y otra elaborar vinos de relación calidad-precio. En Finca Allende no podemos crecer más porque tenemos la viña que tenemos. Estamos en 62 países y el mundo de la distribución nos exige una presencia cada vez mayor; por otro lado, cada vez necesitamos más gente en laboratorio, viñedo… Como empresa nos hace falta una masa crítica que nos permita cubrir todo eso y crear sinergias. Finca Nueva es un proyecto diferenciado con cara y ojos propios y en ningún momento escondemos que somos nosotros. Lo movemos todo en el canal Horeca, no hemos entrado en alimentación y su primera misión es permitirnos crecer como empresa y elaborar vinos que en Allende no podíamos hacer porque habría implicado prostituir nuestro proyecto. No es una idea de retaguardia, sino de vanguardia.
¿Hay esperanza en la nueva generación de productores de Rioja? Sí. Yo he probado cosas muy ricas y sobre todo vinos con alma. Y ya está bien de tener que estar aguantando todo el peso los cuatro de siempre. Algunos ya son la segunda generación como Eduardo Eguren o Juan Carlos López de Lacalle, pero hay por lo menos media docena de jóvenes que lo están haciendo muy bien.
¿Cómo cree que se percibe el vino español? La imagen país es importantísima. Ferran Adrià o los hermanos Roca han hecho más por el vino español que ningún consejo regulador a la hora de proyectar la imagen de país-gastronomía, le duela a quien le duela. Hace 10 años en Estados Unidos estábamos vendiendo vinos de precios más elevados; ahora hemos perdido nuestra imagen como país. Rioja es un negocio de éxito en el que se gana mucho dinero. Hemos ganado en conocimiento y hemos perdido en prestigio.
¿Qué tiene pendiente por hacer? Mucho. Mejorar mis vinos, enseñar a mis hijos a hacer mejores vinos que los que he hecho yo y mejorar la viña. Cada vez respetamos más el ciclo natural de la planta, usamos menos tratamientos en el campo, vamos hacia niveles más bajos de sulfuroso y somos más respetuosos con aquello que hacemos. Aparte de eso tengo dos asignaturas pendientes: Ribeiro y el sur; y en este último caso no tengo claro si me seduce más Jerez o Montilla.
FUENTE:
REVISTA ESPAÑOLA DEL VINO Y LA GASTRONOMÍA
Autora: Amaya Cervera. 4 de Julio de 2016