Por convicción o cara al sol que más calienta, en el escaparate se suceden en el paso del tiempo distintos estilos de vinos.
Más livianos o más pesados, más frutales o más complejos, es evidente que en el mundo del vino también se dan las modas, en ocasiones en un camino de ida y vuelta.
A quienes se hayan aficionado al vino recientemente, les sorprenderá saber que no hace tanto tiempo la Cabernet Sauvignon absorbía buena parte de las energías enológicas del país. La variedad bordelesa estaba de moda en España y en el mundo. Sus dominios incluían feudos históricos tan prestigiosos como Navarra y Cataluña. Y en Castilla-La Mancha su producción fue adquiriendo un importante crecimiento exponencial al calor de la novedad y de algunos éxitos comerciales. Se hablaba entonces de la capacidad camaleónica de la Cabernet, de la mansedumbre con la que se adaptaba a condiciones climáticas y edafológicas diversas. Los medios especializados discutían sobre el perfil aromático de la variedad, sobre aquellos polémicos aromas de pimiento verde que deja en los vinos cuando no madura bien. Incluso hubo cierta Indulgencia con este defecto.
La fuerza de la moda era tanta, y su ímpetu parecía tan incorregible, que a la variedad se le perdonaba por lo mismo que a otras se las castigaba con dureza. En realidad, la Cabernet Sauvignon fue la punta de lanza de un movimiento que hoy, cuando corren tiempos de reivindicación varietal autóctona, nos parece un tanto ajeno y exagerado. Durante los años ochenta y noventa del siglo pasado y el arranque del XXI, la moda y la modernidad pasaban por ese conjunto de uvas foráneas del que formaron parte la Merlot y la Chardonnay. las minoritarias Petit Verdot, Pinot Noir o Gewürztraminer, y más tarde la omnipresente Syrah. Uvas extranjeras que, tras el correspondiente período de adaptación, los elaboradores percibían como propias. A muchos de ellos les molestaba que fueran consideradas foráneas. Se quejaban por ello. Plenos de entusiasmo, decían que los cabernet españoles eran diferentes a los de otras partes del mundo. Allí donde, por cierto, y bajo la bandera de la moda de tumo, también se estaban plantando las mismas uvas francesas con prodigiosos rendimientos por hectárea. La saturación del mercado y el aburrimiento de estos varietales estaban a la vuelta de la esquina.
Valores cercanos.
La moda y su escenario. el mercado, son, como algunas personas de este mundo, traidores por naturaleza. Celebran hoy lo que niegan mañana. Hacen creer que algo es imprescindible y necesario. cuando ese algo ya tiene fijada su fecha de caducidad. Ahora el lugar de muchos de esos varietales llamados foráneos lo ocupan la Menda, la Bobal, la Prieto Picudo y de manera especial la Garnacha.
Del internacionalismo más desaforado hemos pasado al radical reencuentro con nuestras uvas de siempre. esas que fueron despreciadas y a menudo arrancadas de los viñedos porque se pensaba (al parecer estábamos muy seguros de este craso error) que no servían para hacer calidad. Que carecían de modales para ser paseadas por los mercados internacionales.
Es difícil -a veces, casi imposible- detectar los distintos factores que promueven una moda. Pero lo cierto es que en este momento exhibir el nombre de la variedad Garnacha en una etiqueta cotiza al alza. La sufrida cenicienta de las variedades vive un esplendoroso reinado, impensable hace tan sólo unos pocos años.
Sus virtudes pesan más que sus defectos. Se destaca su aptitud para ofrecer vinos raciales y a la vez alejados de lo común. Sucede en Campo de Borja, en el Somontano, en la Sierra de Gredos. en Navarra o en Rioja, donde ayer se abandonaron y hoy vuelven a recuperarse y a plantarse las cepas de Garnacha. En el Priorato. por ejemplo, la Gamacha se ha convertido, junto con la Cariñena. en el mascarón de proa de la zona. En un vino por tantas razones icónico como L’Ermita. la importancia de esta variedad ha ido tan en aumento que ha acabado por desplazar a la Cabemet Sauvignon. La Gamacha es hoy la única dueña del soberbio tinto de Álvaro Palacios.
Gonzalo Rodríguez, que compagina el gobierno de su propia bodega (Ercavio Más que Vinos, en Toledo) con la dirección enológica de Barón de Ley, llama la atención sobre la responsabilidad que la técnica vitícola y enológica ha tenido en el ascenso de la Garnacha como variedad estrella del momento. “A mí la variedad me ha gustado siempre, explica. y siempre he sospechado que tenía que explotar. Me acuerdo que a finales de los noventa, en 1996 ó 1997, yo asesoraba una bodega en Andosilla, en Navarra, y me enzarzaba en muchas discusiones técnicas porque me parecía un error despreciar a la Garnacha. Luego se ha visto que no era tan oxidativa como se decía. El desconocimiento y la pereza hundieron a muchas variedades maltratadas que ahora la técnica está rescatando. Yo he tenido desde hace tiempo un empeño enológico con la Garnacha. Confiaba sobre todo en las garnachas viejas de Toledo; me gustan esas notas de pólvora y de tierra que dan«. Rodríguez usa la Garnacha tanto para su marca estrella, el tinto La Plazuela, donde la variedad viene protagonizando desde 2001 entre un 20 y un 30 por ciento de la fórmula varietal, como para el maceración carbónica “31 de Noviembre”, que confirma las posibilidades de excelencia de este sistema de elaboración.
Siempre atento a todo lo que ocurre dentro y fuera del país, el director de Ercavio piensa que el profesional de la enología debe tener intuición de mercado. «Antes de que los australianos plantaran Garnacha. afirma, yo sabía que sus tintos tenían esta variedad.
Estaba ahí junto a la Syrah, lo que ocurre es que, como la Syrah brillaba más entonces desde un punto de vista mediático, no se decía. Pero llevaban su gotita de Garnacha. Para mí, también ha sido un secreto a voces que para ensamblajes la Garnacha suele tener un comportamiento excepcional que se explica por su versatilidad y por su carácter generoso».
Blancos, cuestión de estilo.
Moda es sinónimo de negocio pero. a medio plazo. también de saturación. Sobre todo en una actividad como la vinicultura, donde muchos elaboradores se guían por la brújula del gusto masificado. Se dan prisa para producir los vinos que se llevan, que apasionan en Europa o Estados Unidos, los vinos que bebe una famosa o que algún crítico ha puesto de relieve por qué no en Singapur. Por supuesto. la mayoría de estos elaboradores casi siempre llegan tarde. Porque moda es también sinónimo de movimiento. Cuando esas bodegas yesos elaboradores tienen por fin definido su producto de último grito y se frotan las manos con la ilusión de los beneficios inmediatos, resulta que ha cambiado el viento del gusto. que el grito ya es otro. Resulta que los mercados demandan otra variedad, quieren otro estilo de blancos o de tintos, prefieren otro método de elaborar más o menos intervencionista.
Hace algunos años. los dueños de las bodegas poco menos que pedían perdón si en sus instalaciones quedaban algunos viejos depósitos de cemento. El reluciente inoxidable imponía su férreo y bienvenido dominio. Hoy esos depósitos, convenientemente recubiertos con resina epoxy, vuelven a ocupar espacio en bodegas como las del Priorato afanadas en trabajar la Cariñena, una variedad a la que como nos explica Sara Pérez. «le viene bien esa ciase de depósito, porque gracias a su uso se limita la tendencia de la Cariñena a reducirse, a cerrarse«. El ir y venir de las modas y los cambios de tendencia no dejan de producir paradojas. El capítulo de los vinos blancos españoles nos ofrece alguna que otra. Su excelente desarrollo. que por fortuna parece deberse más a un gusto asentado que a una moda, prendió por la ambición de un puñado de elaboraciones que desmontaron el tópico de los blancos españoles fresquitos, anodinos e intrascendentes. Contra ellos nació una hornada de blancos poderosos, complejos y estructurados, ya procedieran de Navarra, de Rueda o de las Rías Baixas. Blancos con peso, con solidez. Fueron los años en los que la madera nueva funcionaba como una especie de talismán del éxito. yesos blancos novedosos y arriesgados no constituyeron una excepción al gusto por el roble. Se elaboraban por el método borgoñón de la fermentación en barrica, un sistema que requiere rigor enológico y músculo inversor, y que, lógicamente, conllevaba cierto aumento en el precio final del vino.
Aun así, el modelo se prodigó hasta el aburrimiento. ¿Cuántos chardonnays fermentados en barrica estuvieron dispuestos a comerse el mercado de los blancos internacionales? ¿Cuántos lo han logrado? En realidad muy pocos. Entre otras razones porque hoy ninguna moda los arropa y lo que ha regresado es un estilo de blanco más ligero y menos cargante. que permite beber varias copas sin provocar esa sensación pastosa que tienen muchos fermentados en barrica. De hecho. los vinicultores que continúan apostando por este prestigioso método de elaboración también huyen de la rotundidad y de la pesadez. y apuestan por bocas más livianas. Para ello algunos fermentan sólo una parte del vino en barrica y el resto en inoxidable.
Sin la complejidad de esos fermentados en barrica y sin las enormes posibilidades de elaboración que abrieron, es difícil que nuestros blancos hubieran alcanzado la gran altura que los distingue.
La reacción contra la madera ha devuelto a la pasarela el valor de la frescura, tanto para tintos como para blancos. En las etiquetas de los blancos españoles se lee menos la leyenda de ‘fermentado en barrica’ y en cambio crecen las referencias a que el vino se ha elaborado en depósito de acero inoxidable y ‘en contacto con las lías.
Es lo que se lleva esta temporada, por decirlo con el lenguaje de la moda. Blancos basados en el frescor, bien dotados de acidez. pero con esa agradable untuosidad que aportan las lías cuando de verdad son finas y se manejan con mimo. Variedades como la Albariño, la Treixadura y la Godello se están beneficiando de este sistema de elaboración que, como cabía esperar, están siguiendo muchos vinicultores gallegos. Sería estupendo que entre todos se pusieran de acuerdo para convertir los blancos sobre lías en una opción de calidad permanente. Para evitar que sean la flor de un día.
Oportunismo, fidelidad y grandes vinos.
En el año 2004. una buena película titulada Sideways (Entre copas), del director Alexander Payne, provocó cierto ascenso comercial de los tintos elaborados con Pinot Noir en Estados Unidos. La pasión del protagonista por esta variedad de la Borgoña caló tanto en el alma consumidora del espectador que pronto las tiendas y los restaurantes se llenaron de tintos dispuestos a calmar la demanda. Salieron plnot noirs hasta de debajo de las piedras, lo que no deja de resultar sorprendente si se tienen en cuenta las conocidas dificultades para cultivar esta uva fuera del clima tan especial de la Borgoña. Pero muchos elaboradores de muchas partes del mundo vinícola, incluida la misma Borgoña. No dejaron pasar la oportunidad de hacer negocio, aunque fuera con pinots sin identidad, carentes de rasgos varietales y más diluidos que otra cosa.
Para una bodega que lleva casi treinta años (se dice pronto) elaborando Plnot Noir en la provincia de Valladolid, Alta Pavina, el revuelo formado por Entre copas no dejó de contemplarse con simpatía. “Qué duda cabe que nos favoreció”, asegura su actual propietario, Hugo Ortega. “Como es lógico, tratamos de aprovechar la ocasión para mejorar la posición de nuestros vinos. Desarrollamos ciertas estrategias comerciales y de marketing ligadas a la película. Incluso llegamos a hablar con la Fox para idear algún tipo de promoción conjunta. La película nos dio un importante empujón en el mercado internacional. Luego hemos sabido mantenemos y crecer. Lo nuestro no tenía nada que ver con el oportunismo de la moda. Estamos enamorados de la Borgoña desde hace mucho tiempo. Trabajamos con una Pinot Noir que se ha mlmetizado con el entorno, que se cultiva en la provincia de Valladolid pero a 900 metros de altitud y que mimamos para hacerde ella vinos exóticos y diferentes. La moda puede irse. Pero el gran vino, si de verdad lo es, se queda”.
Las modas o, mejor dicho, los abusos y la masificación que provocan, se definen por su capacidad para triturar a medio y largo plazo cualquier etiqueta de calidad. Casi nada está libre de sufrir uno de esos ataques de novedad que por lo general acaban en la degeneración de un determinado modelo de producto. Un ejército de oportunistas aguarda siempre su momento para arrimarse al sol que más calienta. A sol del pelotazo rápido y mañana dios dirá. Si no tienen uva, la compran, la inventan. Si no eran ecológicos, se hacen de repente. El vino se juega entre oportunistas y corredores de fondo. Los primeros husmean el aire de las modas. procuran regirse por ellas, las convierten en el timón de su destino. Los segundos confían en que antes o después el consumidor reconozca la fidelidad a una idea. a un viñedo, a un paisaje y a un modo de trabajar. Saben que el verdadero beneficio para una bodega aguarda tras un camino de larga coherencia. y no en la renta fácil de un gusto efímero.
Blancos, tintos… y verdes.
Desde hace unos años y bajo distintos nombres, observamos un desarrollo creciente de los vinos elaborados con criterios ecológicos. El peso de lo saludable y la sensibilidad medioambiental han contribuido, entre otros motivos, a que esta clase de vinos aumente su presencia mediática (a menudo polémica, pero ésta es otra historia) y, sobre todo, su expansión comercial. Al jolgorio de estas ventas. Algunos elaboradores no han dudado en sumarse a la tendencia provocando la alarma entre quienes llevan mucho tiempo comprometidos con la ecología y piensan que este compromiso no impide hacer vinos de calidad. Más bien al contrario. ·La viticultura ecológica, siempre que se trabaje con profesionalidad, es una garantía cualitativa, y una vía para producir vinos alejados del convencionalismo·, afirma Raúl Lezaun, enólogo de una bodega navarra que comenzó con la producción de este tipo de vinos en 1996. Lezaun forma parte de ese cogollo de casas elaboradoras que suelen competir por los primeros puestos en los concursos de vinos ecológicos. Uno de los nombres fijos del medallero. En estas competiciones, el número de bodegas participantes ha ido creciendo en los últimos años.
No tanto la calidad, que parece preocupar sólo a unos pocos. “EI peligro que corre el sello ecológico en este momento, razona Raúl Lezaun, puede venir de esas empresas que se suben al carro de la oportunidad sin estar verdaderamente convencidas de lo que hacen. La moda puede terminar en un descrédito. Por ponerte un ejemplo. ahora la normativa de los vinos ecológicos es menos estricta que hace unos años. Esto interesa a los grandes grupos que han empezado a producir estos vinos y prefieren hacerlo bajo una reglamentación más sencilla. Más flexible”.
Para evitar los riesgos de este descrédito muchos vinicultores huyen de la tendencia. O mejor dicho: eligen no exhibirla, no utilizarla como trampolín. Trabajan hace tiempo con criterios de agricultura ecológica pero no usan este reclamo para ganar consumidores. Les interesa la calidad sin más adornos. Se agarran a una ley básica cuya vigencia es todo un aliciente para aquellos que quieren seguir su camino al margen de los gustos de quita y pon. Los grandes vinos no pasan de moda. Se hagan como se hagan y usen las variedades que usen. Han asistido al entierro de muchas modas como para ponerse nerviosos por el nacimiento de una nueva.
FUENTE: JUAN MANUEL RUIZ CASADO – PlanetaVino 54. Abril-mayo 2014
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