Lo que la Naturaleza no da, Salamanca no lo añade.
No he podido por menos que recordar este solemne latinajo, que tantas veces nos soltaron algunos profesores, en nuestras épocas estudiantiles, cuando el latín era asignatura temible en el viejo Bachillerato. Me ha venido a la memoria por la lectura de un panfleto, otra calificación no le encuentro, escrito según parece, por un conspicuo «papamoscas» que desconoce de lo que escribe y que recientemente se ha publicado en el diario El Mundo. El escrito en cuestión ni forma ni informan, asegura hechos históricos nunca sucedidos, y finalmente en un arrebato obcecado y panfletario, arremete con improperios e insultos contra los vascos, por la sencilla razón de que en el País Vasco se produce chacolí, que al parecer hemos sustraído maliciosamente de la vecina Burgos. Parece que se pretende enrarecer el ambiente, como si en el País Vasco hubiéramos cometido la mayor tropelía al recuperar, hace más de veinte años y creando las Denominaciones de Origen, la elaboración de un vino que nos es propio y distinto, (cuestión demostrable antes y ahora), y que a algunos sectores (¿me sobra el plural?) les ha sentado como una indisgestión de setas venenosas.
Leo en la edición digital del diario Gara, del 17 de febrero, firmado por Maite Soria, un comentario a una sarta de insustancialidades publicadas en «El Mundo» por Pedro G. Cuartango, entre ellas sus memorias de infancia, cuyo recuerdo le lleva a rememorar los chacolís de Miranda, cancionero incluído, entre los cuales el más celebrado era el de Chamorro.
Es posible que el señor Cuartango disponga en su biblioteca del interesante libro escrito por Pablo Arribas Briones, con el título de «El chacolí de Burgos vino heróico de la primitiva Castilla«. -Edición especial de la C. de A. del Círculo Católico de Burgos, 1989.- En las páginas 68 y sucesivas se explaya el autor con El chacolí de Miranda de Ebro. Tras una breve introducción escribe: «La palabra chacolí se usa, en el País Vasco y en nuestra zona de producción también para expresar el lugar donde se vendía y consumía el chacolí. Los chacolís, en esta segunda acepción, fueron muy numerosos en Miranda» detallando su número, que sobrepasó los veinte, según estimaban los hermanos Nanclares, de «vieja raigambre chacolinera».
Usaré el mismo autor y texto para indicar que Arribas Briones halla la primera referencia del chacolí en el Diccionario de Autoridades de 1726; luego en el Corominas de 1729; y finalmente, en el Diccionario de la Academia de la Lengua, edic. 1852. Pero aún le añadiré más datos, porque no me duelen prendas: Nuestro preclaro Manuel Llano Gorostiza ya hizo mención, tiempo atrás, de que los «pequeños monasterios del Norte de Burgos dieron origen a un vino heroico [….] que con el tiempo se fue convirtiendo en lo que se llamaban «chacolíes burebanos».
Brindo al Sr. Cuartango un dicho popular, que podrá unir a los de Miranda: «Tres cosas tiene Briviesca – que no las tiene Madrid: – los chorizos, las almendras – y también el chacolí». Porque, en palabras de mi estimado colega Antxon Aguirre Sorondo, la vinicultura chacolinera se extendía hasta Trespaderne y, saltando por encima del Ebro, alcanzando a poblaciones como Cillaperlata, Frías, Oña, Cantabrana, Terminón, Salas de Bureba, Poza de la Sal, Llano de Bureba (antes Solas), Aguilar de Bureba, Quintanabureba y Briviesca.
Por cierto, que también se puede ilustrar en «Burgos viña y bodega» (C.A.M.B. 1990. Burgos), de Fray Valentín de la Cruz, cronista oficial de la provincia de Burgos. Dedica al chacolí tres páginas, de carácter folklórico más que histórico.
También le recomiendo una de las mejores obras escritas en el medio siglo precedente: «Vignobles et Vins du Nord-Ouest de l’Espagne», escrita por Alain HUETZ de LEMPS, en 1967. Tan interesante es, y tan bien documentada, que hace algún tiempo la Junta de Castilla y León decidió publicar en castellano una separata de la obra, precisamente la que trata de la historia de los vinos castellanos y leoneses, basada, claro está, en cuantos documentos halló M. Huetz de Lemps desde los siglos X y XI, hasta concluir la Edad Moderna.
He manejado mucho esta obra y me llamó la atención desde el principio que cuando se menciona la evolución de los viñedos de la cuenca alta del Ebro: Medina de Pomar, Tobalina, Trespaderne, Frías, Merindad de Valdivielso, la de Cuesta Urría, la Bureba, y una larga lista que concluye en la cuenca de Miranda, tan solo hay una mención del chacolí: «El vino de la Bureba es el más agrio y ácido y es calificado a veces con el nombre despreciativo de ‘chacolí’, es decir el mismo nombre que el vino ligero delPaís Vasco (tomo I, pp. 396-397). Por contra, al referirse al viñedo costero de Santander, lo trata como El chacolí de Santander (tomo I, pp. 475 y ss.), e igualmente utiliza este nombre cuando se refiere a los del País Vasco.
Habrá comprobado, señor Cuartango, que no he pretendido disminuir ni un ápice la presencia generalizada del chcolí en el norte de Burgos, ni he dudado de su importancia pasada. Solo quiero decirle que la primera cita documentada del «vino chacolín», data de 1520, en San Sebastián, extendiéndose el nombrecon a otros lugares del País Vasco, de modo muy lento. También sabrá Vd., supongo, que el chacolí, llamado txakolí a patir de la reforma ortográfica del euskera de Sabino Arana, se elaboró en Cantabria, en especial en la cornisa costera; en la Alta Navarra, en las cuencas prepirenaicas del tercio meridional de la Montaña Navarra. Y también en Chile donde se conoce con el mismo nombre desde tiempos muy cercanos a la conquista, y donde todavía hoy se bebe junto a la chicha en parrandas de guitarras y canciones.
Yo también recuerdo en mi adolescencia, haber acudido en el verano, junto a mis padres, a los chacolís de Begoña, de Deusto, algunos por Barakaldo, etc. Y recuerdo el que elaboraban parientes míos en el Valle de Ayala y en Zalla, principalmente para consumo propio y familiar, aunque el último gracias al desarrollo de una bodega y su posterior ampliación, se produce actualmente con normalidad.
Cierro el artículo no sin antes decirle que las alusiones a la «forja de la identidad construida a partir de un imaginario que nada tiene que ver con el pasado…» o aquella de «que pretenden vasquizar un producto genuinamente castellano, perfecta metáfora de la voluntad expansionista…«, merecen una visita al siquiatra. Las soflamas y los alegatos han pasado de moda, usted no sabe de lo que escribe, y no debería engañar insidiosamente a sus paisanos. Lo trágico de su artículo es que convierte una cuestión que siempre compartimos, comprando y bebiendo muchas cántaras de vino de Frías, las Merindades, etc., en una sarta de falsedades que denigran más a Vd., que a quienes trata de insultar.
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