Ha saltado, como saltan las noticias en este país, con alarmismo e imprecisión, la noticia de que las carnes procesadas son cancerígenas. Y esto nos lo dice la Organización Mundial de la Salud en unos momentos en los que comer empieza a ser preocupante; no sólo con criterios nutrientes, sino como un recurso económico y social que nos había dado gran proyección en el mundo.
Y, como siempre ocurre, en el diagnóstico entran las imprecisiones. Primero se habló exclusivamente de las carnes procesadas, es decir, aquellos productos cárnicos que están sometidos a algún tratamiento para mantener sus propiedades antes del consumo, como lo son las hamburguesas, el beicon, los embutidos, el jamón, no pero sí, sí, pero no, etc. Inmediatamente después, -o posiblemente al tiempo, la turbulencia lo lió todo- se habló también del peligro de las carnes de cerdo, cordero y hasta de la cabra, una carne, ésta última, que, hasta ayer mismo, y que yo sepa, estaba clasificada como “cardiosaludable”. La carne del cerdo, creo desde mi humilde posición de observador del tránsito de los alimentos, que estaba considerada como una “carne blanca” que, en el caso de ser de cerdo ibérico, emparentaba con la compañera cabra a efectos de alimentación de cardiópatas.
Lo cierto es que han montado el pollo, y nunca mejor dicho, porque a la hora de escribir esto, las 12,15 horas del 27 de octubre, no se ha dicho nada de la “carne comodín” que nos proporciona el pollo y que con su colega nos tiene en una nueva edad del pavo.
Creo que debemos fijarnos, más que en las precisiones o imprecisiones, en el delirio y el alboroto pretendidamente alimentario , en los asuntos que han precedido a noticias de estas características. Resumiendo: cuando Elena Salgado fue ministra de Sanidad, permitió que, por ley, fueran equiparables los productos destilados y los vinos. La aberración todavía no me ha cicatrizado, y es más, aún se oyen ecos de aquello.
Volviendo a la noticia que ha puesto a la OMS en el asador, me inclino más por buscar posibles intereses a la hora de aventar estos criterios. Lo primero que me vino a la memoria fue la recomendación de 2013 cuando la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, nos sugirió comer insectos. Hace unos quince días, no recuerdo quién, volvió a hablar de las propiedades y de los beneficios de la ingesta de estos animalitos. Bichos podríamos llamarlos, como el taurino se refiere a su argumento replicante como “er bisho”.
Un rato después de la última referencia horaria, aún al teclado, pillo al vuelo en una radio a una dietista que apuesta por interpretar con sensatez y mesura los planteamientos de la OMS. Para ello aboga por dosificar la ingesta cárnica: dos días a la semana carne, dos días pescado, dos días pollo y el domingo brécol. Argumentos lúcidos en un país que no come tanto pescado como dice porque no sabe ni comprarlo ni limpiarlo y no ofrece el inmediato efecto saciante que ofrece la carne. La OMS, antes de contarnos otra, debería planificar la educación alimenticia. Incluso, no estaría de más, como una asignatura en la enseñanza obligatoria.
Y luego, claro, conociéndonos como nos conocemos, es para pensar que nadie da puntada sin euro y que es posible que este “pollo” sirva para promocionar las aves o que alguien ya esté pensando en la cocina del futuro no muy lejano y es hasta posible que ya existan muestras envasadas al vacío, de carpaccio de cucarachas. Aunque las buenas buenas, las que podrían establecer una buena base proteica en nuestra dieta, son las de primavera. Si Merkel nos declaró la tercera guerra mundial sin pegar un tiro, mandando las clases medias a modo de proyectil a la mierda, cabe pensar que alguien esté buscando un nuevo marcador en el España-arena: Omega 3-Cucarachas 5. O vete a saber, porque hasta los que saben dudan de todo llegado el caso. Y eso que a ellos les da de comer… Pues eso.
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